Proyecto Perpetuando a Rede LAC.
Realización: Red LAC y Museu da Pessoa.
Entrevistada: Antonia de Carmen Aguilar Manzanares.
Entrevistadora: Vanete Almeida (Rede LAC).
Lugar de la entrevista: Matagalpa, Nicaragua.
Fecha de la entrevista: 30/01/2007.
Transcripción: Ricardo Viel y Joana Rodríguez
Para empezar nuestra entrevista, me gustaría que usted dijese su nombre completo, fecha de nacimiento, nombre de tu papá, su mamá y de sus abuelos.
Antonia – Mi nombre es Antonia del Carmen Aguilar Manzanares, nací el 13 de julio de 1966. Mi mamá se llama Josefa Manzanares Diaz y mi papá, que ya hoy es fallecido, se llamaba Silverio Aguilar Centeno. Mi abuelito paterno se llamaba Simeón Aguilar y mi abuelita se llama Laura Maria Centeno. Mis abuelos maternos: mi abuelita se llama Felicita Ribera y mi abuelito, ya fallecido, se llamaba Damazio Manzanares.
Antonia, empezando por la familia de su madre, ¿qué sabe sobre el origen de su abuela?
Antonia – Lo que sé es que mi abuelita tuvo varios hijos, pero que solamente crío a mi mamá y dos tías mías. Su marido se murió muy joven y ella no volvió a casarse. Se vino a vivir con nosotros y ahorita ya está viejita, vive con una tía mía.
¿Está viva?
Antonia – Sí, tiene como 98 años.
¿Qué hacía tu abuelita? ¿Qué trabajo hacía?
Antonia – Ella estaba casada, se dedicaba a ser ama de casa. Pero ya al morir su marido y quedar con mi mamá, ella desgranaba maíz, ajo, escogía frijoles, Hacía los trabajos que podía hacer para ganarse la vida y sobrevivir y mantener a mi tía, la que ahora vive con ella, que era muy pequeña.
¿Y cómo fue la infancia de su madre?
Antonia – Mi mamá creció en un lugar llamado El Rincón, a 20 kilómetros del pueblito de Terrabona. Era de una familia muy pobre y ella vivía con su bisabuelita, la mamá de mi abuelita, y a ellos les enseñaron a ser personas muy educadas en la fe y también a trabajar en los trabajos de ama de casa. Pero, al mismo...
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Realización: Red LAC y Museu da Pessoa.
Entrevistada: Antonia de Carmen Aguilar Manzanares.
Entrevistadora: Vanete Almeida (Rede LAC).
Lugar de la entrevista: Matagalpa, Nicaragua.
Fecha de la entrevista: 30/01/2007.
Transcripción: Ricardo Viel y Joana Rodríguez
Para empezar nuestra entrevista, me gustaría que usted dijese su nombre completo, fecha de nacimiento, nombre de tu papá, su mamá y de sus abuelos.
Antonia – Mi nombre es Antonia del Carmen Aguilar Manzanares, nací el 13 de julio de 1966. Mi mamá se llama Josefa Manzanares Diaz y mi papá, que ya hoy es fallecido, se llamaba Silverio Aguilar Centeno. Mi abuelito paterno se llamaba Simeón Aguilar y mi abuelita se llama Laura Maria Centeno. Mis abuelos maternos: mi abuelita se llama Felicita Ribera y mi abuelito, ya fallecido, se llamaba Damazio Manzanares.
Antonia, empezando por la familia de su madre, ¿qué sabe sobre el origen de su abuela?
Antonia – Lo que sé es que mi abuelita tuvo varios hijos, pero que solamente crío a mi mamá y dos tías mías. Su marido se murió muy joven y ella no volvió a casarse. Se vino a vivir con nosotros y ahorita ya está viejita, vive con una tía mía.
¿Está viva?
Antonia – Sí, tiene como 98 años.
¿Qué hacía tu abuelita? ¿Qué trabajo hacía?
Antonia – Ella estaba casada, se dedicaba a ser ama de casa. Pero ya al morir su marido y quedar con mi mamá, ella desgranaba maíz, ajo, escogía frijoles, Hacía los trabajos que podía hacer para ganarse la vida y sobrevivir y mantener a mi tía, la que ahora vive con ella, que era muy pequeña.
¿Y cómo fue la infancia de su madre?
Antonia – Mi mamá creció en un lugar llamado El Rincón, a 20 kilómetros del pueblito de Terrabona. Era de una familia muy pobre y ella vivía con su bisabuelita, la mamá de mi abuelita, y a ellos les enseñaron a ser personas muy educadas en la fe y también a trabajar en los trabajos de ama de casa. Pero, al mismo tiempo, como eran mujeres – no tenían varones – también las llevaban a trabajar al campo, hacer trabajos que ellas podían hacer. Después, ella se juntó con un hombre, que tres meses después la dejó embarazada de mi hermana mayor, que es mi media hermana. Después, ella se fue a trabajar para una señora y ahí conoció a mi papá, con quien convivieron tantos años, hasta hace 14 años, cuando mi papá murió. Tuvo 10 hijos y, con la que no es de mi papá, somos ocho hermanas mujeres y tres hombres varones.
Ella sufrió mucho, con toda esa trayectoria de madre soltera, después de esa situación que la abandonó el papá de mi hermana. Y luego, pues se casó con mi papá. Y empezó a tener hijos – en ese tiempo no planificaba. Mi papá era muy pobre.
Entonces, nosotros nos fuimos a hacer una casita, en un trocito de tierra. Después, los padres de mi papá vendieron la finca, escondidos de mi papá, y fue cuando comenzábamos a sufrir con la situación económica. Éramos muy pobres. Dice mi mamá que cuando yo nací no tenía ni qué comer, ni pañales para ponerme. Esa trayectoria fue muy dura.
¿En qué año?
Antonia – El año en que nací, 1966. Yo tengo 40 años. Cuando yo ya pude comprender la situación de mi mamá, mi mamá estaba ahí con los chavalos, estaba embarazada. Ella nunca nos dio estudio, no teníamos acceso a educación, y no podía darnos medicina, compraba sólo raíces, o sea, plantas medicinales como oro sul, dormilona, naranja agria, sácate de limón, manzanilla, apasote, estopa de coco, contra hierva, managuita, ilildo, culantro, y flor de sau. Y seguía luchando. Cuando ella no estaba embarazada, hacía nacatamales y salía a vender para darnos de comer. Ella trabajaba a veces, cuando podía, iba al campo a cortar maíz Sufrió mucho mi mamá. Y, después, cuando ya quedó viuda, con mis hermanos pequeños, le tocó llevar una carga de padre y madre a la vez, porque mi papá hace 14 años que murió.
¿Y conoces el origen de la familia de tu papá?
Antonia – Mi abuelita murió primero. Quedó mi abuelito. Después, él vendió la finca, él anduvo sin dinero, pero nosotros les ayudábamos, nunca le faltamos al respecto, y así vivíamos. Había un tío mió que nos ayudaba. Él vivía en un lugar de aquí de Nicaragua y nos mandaba cositas a nosotros para medio sobrevivir. Pero eso no era con frecuencia. Mi papá había comenzado a trabajar en la agricultura, pero en terreno alquilado, ya no del abuelito. Mi tía se casó y tuvo un hijo, pero nos seguía echando una manita para poder crecer nosotros.
¿Y qué sabes de la infancia de tu papá?
Antonia – Lo que sé decir es que mi papá, cuando creció, no pudo estudiar. Él no sabía leer, pero era un hombre muy formado, muy educado. Y así nos enseñó a nosotros, ni siquiera podíamos hablar malas palabras, ni siquiera poder intervenir en ninguna conversación de adultos, ni siquiera poder expresar en medio de las personas con quien estaba conversando. Era bien estricto, bien formal y bien educado. Era respetuoso, pero no pudo estudiar y solamente trabajó. Él aprendió a trabajar.
¿En la agricultura?
Antonia – En la agricultura. Él cultivaba café, banano y naranja. Eso vendía él. Él sembraba granos básicos para sobrevivir en su infancia. Y ya estando con nosotros, pues mucho más duro el trabajo que el se crió. Ha sido un marido excelente, nunca tuvo vicio. Nunca me di cuenta que él tuviera otra mujer que no fuera mi mamá. Nunca discutieron, era un hombre que impresiona…
¿Y tú sabes cómo tu mamá y tu papá se conocieron?
Antonia – Mi mamá se fue a trabajar de un lugar a otro, a una señora, porque tenía más recurso, y ahí fue donde mi papá la conoció y se enamoraron y se casaron.
¿Y qué te contaron de tu nacimiento?
Antonia – Me decían que nací en el lugar de Chagüite Grande. Como mi papá se fue a traer una partera, mi tía, hermana de mi mamá, fue al parto y ayudó a mi mamá en el parto. Una tía mía que ya falleció, y eso me contaba, que cuando nací, yo estaba en una tremenda pobreza, que no tenía ni casa.
¿Y dónde usted vivió su infancia y cómo era este lugar?
Antonia – Era un lugar muy aislado. Como a unos 25 kilómetros del pueblo de Terrabona. Allí no había agua, nos tocaba recoger muy lejos el agua. Al dueño de la propiedad no le gustaba que entráramos a su propiedad. Trabajaba duramente. Con costo, aprendí el primer grado. No había oportunidades. Era una tremenda pobreza.
Yo le iba a jalar agua a una señora que era médica y me rendía, porque era como un kilómetro y medio para poderle jalar el agua. Y me cansaba mucho, las espaldas me dolían. Pero ella me daba un poquito de comida y me la comía con mis hermanos y ganaba 50 centavos. En ese tiempo, 50 centavos daba para comprar una cosita poquita pero era algo. Había una gente que era comprensiva y regalaba a los otros comida, había otra gente que era diferente, porque no todas las personas son iguales.
A nosotros nos mandaban a buscar la comida. Y, después, iba con uno de mis hermanos y una tía mía, hermana de mi mamá, a lavar ropa. Entonces, nos quitaba la ropa y nos quedábamos así, para poder secar la ropa. Yo anduve descalza hasta que fui a cortar café, entonces me gané mis primeros zapatos para salir.
Nos mandaban a buscar comida y si nosotros íbamos a buscar maíz, si nosotros íbamos a buscar frijoles, nos regalaban un poquito. Nosotros pasamos hambre con mis hermanos. Íbamos al campo, a buscar naranja, a buscar comida. Nosotros salíamos a otros lugares, lejos, mi mamá nos mandaba a hacer trabajos en el campo. Siempre encontrábamos a las personas bondadosas, pero también encontrábamos a otras personas que nos hacían mala cara. Nos sentíamos cansados de esa situación.
¿Y sólo trabajabas? ¿No jugabas, no estudiabas?
Antonia – No, no, nada de eso. Estuve como un año estudiando, pero el recreo lo ocupaba para venir a la casa, porque mi mamá estaba en el trabajo. Cuando fui a la escuela, fui con una hojita de cuaderno, con un pedacito de lápiz de carbón y una cartia. Cuando se me acabó, ya no pude ir. Y descalza. Lo más del tiempo pasábamos regando para sembrar. Mi infancia fue muy dura.
Después del terremoto, en el 73, que quedó la situación muy difícil. En el lugar no llovía, entonces mi papá decidió irse con nosotros a Managua. Ahí teníamos una tía mía. Cuando llegamos a Managua, esa noche llovía y muy fuerte, que casi nos ahogamos. Mi mamá estaba embarazada, tuvo la niña, la nena. Ya no tenía ni qué comer, pero nosotras allá íbamos al aeropuerto, a buscar cosas. Nosotros estábamos ahí. Íbamos a un hotel que estaba por el aeropuerto. A nosotros nos daban mucha comida ahí, la que sobraba.
¿La que sobraba?
Antonia – Pero el señor era tan bondadoso que nos daba a montones de niños, pero principalmente a nosotros. Pero nos ponía la red, a recoger a las gallinas y a darle comida a las gallinas. Entonces, nosotros estábamos jugando, esperando la comida. Vendíamos frutas y el resto lo dejábamos para darle de comer a los animales. Agarramos una fruta, llenábamos a los animales para que el señor creyera que les dimos de comer. Y después, el señor, cuando miraba los animales, que siempre se veían chillando por la comida, reclamaba que los animales no se llenaban. No se daba cuenta que nosotros teníamos una tremenda hambre y comíamos la comida de los animales. Íbamos a buscar cocos, mangos. Un día por la tarde, nosotros salimos al campo, un día que nosotros veníamos alegres porque traíamos bastante comida y frutas para comer, en ese día estaba mi tía y mi mamá con nosotras. Por el transporte escaso, nos salimos a buscar un camión y un muchacho que era enfermo empezó a pegarnos y pelearnos.
En toda esa trayectoria mi mamá estaba muy enferma y regresamos de Managua a nuestra comunidad. Toda la gente tenía cosecha, porque había llovido. Pero nosotros no teníamos nada. Ya fue cuando empezamos de nuevo a sufrir. Siempre la gente bondadosa nos daba algo de comida. Mi papá trabajaba en la reconstrucción del terremoto. Le llevaba comida. Esa fue mi infancia, una infancia llena de sufrimiento, y nosotros no sabíamos lo que era recreación, salir, jugar, nada.
¿Y cómo era la casa?
Antonia – La casa era de zacate y pedacitos de teja. El agua pasaba y nos mojaba. A veces, nos quedábamos mojados en la cama.
¿Y dónde dormían?
Antonia – Unos, en cama de palo que hacíamos con madera y mis hermanos hacían sabanas de costal de harina y de cualquier trapito. Y así dormíamos todos juntos los hermanitos ahí.
¿Cuántos hermanos tú tienes?
Antonia – Somos once.
¿Sabes el nombre de todos?
Antonia – Sí. Mi hermana mayor se llama Maria Rosa. Mi media hermana. Mi hermana después de ella se llama Cecilia Aguilar Manzanares. Después yo. Después mi hermana María Amparo, después de María Amparo, María Margarita. Después Maribel. Después de Maribel, es Fraile, después Celestino. Después de Celestino, un par de gemelas: Rosa y Socorro; y, por último, Martha Melania.
¿Y cómo era la rutina de la familia?
Antonia – Como yo era mayor, en mi casa trabajábamos los mayores cuidando a los más chiquitos. Y, por ejemplo, cuando nosotros íbamos a buscar algo de comida, entonces traíamos un poquito de comida para los más chiquitos. La rutina era: si el hermano estaba ya más grande, se iba al campo trabajar con mi papá. Yo quedaba con mi mamá. Las más grandes salíamos a buscar qué comer para los chiquitos. Esa era la rutina. Cuando mi mamá tuvo a Martha, que es mi última hermana, se enfermó.
Antes de eso, en el año 81, una tía mía murió. Como mi tía murió, fuimos a traer a la bebé para cuidarla con mi abuelita. Entonces, yo me sentía feliz de la vida, porque mi tía trabajaba en el hospital y la comida no nos faltaba. Entonces, yo cuidaba a esa niña y me sentía feliz con la niña y rogaba a mi abuelita para dejarnos ir al parque ir a ver los monos. Eso era lo único, pero, limitadito. No nos dejaba salir, pero me sentía feliz ahí. Cumplí mis 15 años sin fiesta, sin nada. Solamente lo pasé así – esa era mi tristeza – cuando mi papá vino a llevarme y a dejar a mi hermana que me sigue a mí, María Amparo, y cuando llegué a mi casa la tristeza que me dio al ver a mi mamá embarazada y bien enferma.
Al día que llegué, mi mamá se enfermó y tuvo a mi hermana. Y le quedó algo adentro de la placenta y tuvieron que traerla al hospital. Entonces, yo me tuve que hacer cargo de mis dos hermanas gemelas, de mis hermanos chiquitos y de una niña recién nacida. Yo quería salir corriendo, yo me ponía desesperada, no podía ni ver haciendo, cuidando a mis hermanas gemelas, chiquitas, tenía que estarles haciendo de todo, dándoles comida, lavando ropa. Yo, a veces, yo decía... – mejor no digo – porque no aguantaba la situación. Yo pensaba que mamá iba a traer la niña, pero como iba a traer, no teníamos nada, no teníamos cocina. Mi papá salía a trabajar y yo me quedaba cuidando, recuerdo que a mi hermana yo la palmeaba en la espaldita, como yo no sabía qué tenía, en lo oscuro…
¿Por qué estaba oscuro?
Antonia – Porque allí no había luz. Llovió y mi papá no pudo salir para comprar el gas para el candil. Entonces, en el oscuro, con una gran calentura, yo la palmeaba así, en la espaldita, para que se durmiera. La pobre niña. Y en esa situación viví tanto tiempo.
Ya cuando llegó mi mamá, ya me cuidaba mucho. Era diferente la cosa. Ella me mandaba a hacer comida, pero yo sentía vergüenza, cuando llegaba a casas donde había un varón. Muchas veces yo llegaba, hacía tortilla y lavaba ropa. Eso fue en el 82, después yo me fui, decía mi mamá que no, por los hombres y cuantas cosas. Yo me quedaba cuidando, arrancando friotes, en la casa. A mi casa no podían llegar varones, no les gustaba a mis papás que saliera.
¿Cómo describes a tu mamá y a tu papa?
Antonia – Papa era muy bueno, muy responsable. Laboraba todos los días, pero me cuidaba demasiado. Yo no tenía novio. Iba a cumplir los 15 años y no tenía novio. No les gustaba que llegaran a la casa. Cuando un muchacho empezó a llegar, ese que fue mi marido. Entonces, mi mamá me llevó a Matagalpa, con unos patrones que eran de mi tía, que eran una hondureña y un doctor, y no me dejaban salir.
¿Y en la escuela?
Antonia – En la escuela formal, no estuve. Estuve con un señor, que cobraba 20 pesos para enseñar. Mi papá no pudo pagar esos 20 pesos y ya no pude continuar. No pude estudiar. Lamentablemente, como mis padres eran muy pobres, no tuve acceso a educación y con costo pude terminar el primer grado.
¿Primer grado?
Antonia – Sí.
¿Y te gustaba estudiar?
Antonia – Claro que me gustaba, porque quería superarme y aprender. Entonces, lo que hacía era, algunos papelitos que me daban, pues yo los leía para no olvidar lo que había aprendido. Y siempre buscaba la forma para salir adelante y poder aprender a escribir, pues con el primer grado no se aprende. Pero, después, yo me fui a estudiar a la alfabetización de adultos. Hay cosas que se las pregunto a mis hijos para que ellos me enseñen un poco, porque están más preparados, están estudiando la secundaria.
¿Y tenías muchos colegas en tu escuela?
Antonia – A mí, no me dejaban juntarme con varones, sólo con unas cuatro muchachas. Eran con quien jugaba. Pero con varones no.
¿Y a qué jugabas?
Antonia – Por allá, jugábamos. Como le explicaba, no todos los días jugaba, porque en el recreo me mandaban a la casa, hacer oficios, porque quedaba cerca de la iglesia donde estudiaba. Entonces, por allá jugamos al escondido, hacíamos el juego de la cebollita, pero no era con frecuencia. Eso porque tenía trabajo en mi casa, tenía que cuidar a mis hermanos. También la limitación.
¿Y hay algún episodio de tu infancia que te gusta recordar?
Antonia – Mi infancia fue dura. Y a veces me acuerdo y me pongo a conversar con mis hijos, porque ahora mis hijos tienen otra oportunidad. Hay veces que no les gusta comer mal, hay veces que no les gusta vestir mal, les gusta vestir así, a la moda, ir a la escuela bien arregladitos. Yo digo, venga, vamos a conversar, porque yo pasé por esa situación y fue muy dura.
Y en la juventud, ¿dónde ustedes vivían?
Antonia – En el mismo lugar. Siempre viví… bueno, como mi mamá me trajo a Matagalpa, por el muchacho que andaba detrás de mí, entonces ahí permanecí trabajando para esa señora que era hondureña. Después, trabajé en la panadería y aquí estuve casi por un año, en Matagalpa. Después, me sentía diferente porque tenía a mi familia, largo, y tenía hermano más chiquito. Pero después que me fui a mi casa, me hice de mi marido. Iba a cumplir 17 años cuando yo me casé con él.
¿Diecisiete años?
Antonia – Iba a cumplirlos, en 83.
Antes de casarte, ¿cómo usaban las ropas?
Antonia – Daba a hacer vestiditos así, sencillos, que no fueran así, cortos. Una madrina mía era costurera y era quien me hacía la ropa.
¿Y en la juventud?
Antonia – Sí, en la juventud. Una tía mía me compraba ropa hecha y yo lo que aparecía me ponía.
Ahora vamos a hablar de tu casamiento y de tus hijos. Usted dijo que se casó antes de cumplir 17 años, ¿cómo fue? ¿Cómo conoció a su marido?
Antonia – A mi marido yo lo conocí en el mes de febrero del 82. Pero como a mí me trajeron para Matagalpa, como tres meses no nos hablamos. Cuando llegué a mi casa, porque me había enfermado, entonces él siempre continuó hablándome y mirándome hasta. Estuvimos hablando por un año, hasta que el 26 de febrero de 83 yo me junté con él. Yo no salía a ningún lado.
¿Y cómo fue el día de la boda?
Antonia – No me casé, sólo nos juntamos. Yo me fui con él a la casa de sus padres y yo fui a vivir con la familia de él donde estaba el abuelo…
¿La familia de él?
Antonia – Sí, la hermana, la hija de la hermana, los primos, los hermanos. Una familia extendida.
¿Cómo era esa casa?
Antonia – Era una casa pequeña, pero había un montón de gente. Una casa en mal estado, pero ahí vivíamos todos. Yo pensé que al casarme iba a cambiar mi situación, porque sufrí mucho en mi casa. Yo sentía que al cambiar de casa o hacerme un marido, mi situación difícil iba a cambiar. Además, cuando me junté con él salí embarazada y a los nueve meses ya tenía mi primer hijo. Después de esto, que tenía mi primer hijo, él comenzó a buscar otras mujeres y comenzaron a cambiar las cosas. Ya no salía. No tenía derecho a la planificación.
¿Cuántos años tenía él?
Antonia – Tenía 19.
¿Cuándo empezó a cambiar?
Antonia – Un año de estar juntos.
¿Usted con 18?
Antonia – Ya tenía un hijo y él comenzó a andar detrás de otras mujeres, de otras chavalas. Y ya estaba embarazada del otro niño. Mi hijo mayor no había cumplido un año cuando nació el otro. Siempre sufriendo, no podía salir. Estaba acostumbrada, esa gente no salía, sólo por emergencia. Salía por lo menos la mamá de mi marido, pero yo quedaba en la casa haciendo los oficios. Cuando en niño ni siquiera caminaba, solamente mi marido salía. La gente me venía a decir que salía con otras mujeres. Sólo llorando me mantenía yo.
¿Y seguías viviendo con la familia de tu marido?
Antonia – Viví nueve años, nueve años con la familia de mi marido. Después, cuando ya andaba embarazada, yo sentí morirme, porque me hacía desprecio la familia de él. Él salía con otras mujeres. Yo embarazada. Cuando yo quise reclamar mis derechos, él amenazó matarme. Me golpeó. Mi mamá llegó desde Jinotega a visitar y yo me sentía muy triste, muy avergonzada. Y él sólo con el tema de las mujeres, la gente me decía: “tono y las mujeres”. Y yo, sólo llorando. Un día, yo me sentí muy triste, me faltaban 15 días para tener a mi hija, la que ahorita tiene 20 años. Yo había tomado la decisión de quitarme la vida. Cuando llegué donde estaba el veneno, sentí el movimiento de mi estómago y no quise tomarlo, porque pensé en mi hija. En ese lugar una mujer igual a mí me hizo tanto la vida imposible... Y yo, bueno, me aguanté y después de quince días tuve a mi hija. Hasta que un día él tomó la decisión de dejarme con nuestros hijos e irse a otro lado.
¿Cómo se llaman tus hijos?
Antonia – Mi hijo mayor se llama Bismar Antonio, el segundo se llama Diego Manuel y la otra María Susana, que ahora está en Costa Rica. Los otros son Marlon José, Elizabeth del Carmen, Gloria Mariía, Rafael Antonio.
En este tiempo, él andaba con otra mujer y con otra, y yo no podía reclamar mis derechos, porque si los reclamaba estaría mal con la familia de mi marido y a veces ni me hablaban. No podía reclamar ante su familia porque no me dirigían la palabra. Esto me hacia sentirme triste y desvalorizada. Cada día mi vida se me iba complicando. Él salía y llegaba tomado, quería que yo me fuera de la casa. Y yo no hallaba qué hacer con tres niños chiquitos, para dónde iba a correr. Ahí tenía que estar aguantando. Todo el mundo salía y venía, y yo no iba a ningún lado, solamente con los chavalitos, chiquitos, cuidando. Y si yo reclamaba, era maltratada por mi marido y, además de eso, me hacía desprecio la familia, me hacía mala cara. Todo ese tiempo que estuve ahí, estaba sufriendo.
¿Y cómo fue el nacimiento de su primer hijo?
Antonia – Mi primer hijo, cuando nació, a él le faltaba todavía, porque yo me puse una carga pesada, compré unas cosas y me las llevé. Y me hizo daño. Y empecé a sentir dolores. Él estaba en Granada, pero, casualmente ese día, llegó, llamó la partera y lo tuve en la casa. A Todos mis hijos los tuve en la casa.
¿Normal?
Antonia – Sí, normal.
¿Cómo su rutina cambió con la maternidad?
Antonia – Se puso peor.
¿Peor?
Antonia – Peor. Es decir, no supe lo que era tranquilidad, porque me crecí sólo cuidando a mis hermanos. Ya cuando mi maternidad, ya era yo la responsable de mi niño, ya era peor, porque tenía quien me hacía la vida insoportable mi marido. Fue peor. Pensé cambiar pero me equivoqué, fui empeorando mi situación. Así sucesivamente. Así era mi sufrimiento.
Cuando él se fue para Managua y me fui a Jinotega, teníamos tres hijos. Yo me llevé uno y le dejé dos a la mamá de él. Los niños lloraban. A mí, me dolía mucho dejarlos. Pero tenía que ir.
¿Y para dónde fue?
Antonia – Me fui a jinotega, donde mis padres Y entonces yo cortaba café y la niña ahí andaba – como dicen – al sol y al viento, sin ninguna protección. Porque mi mamá trabajaba, mis hermanos también. Y una niña chiquita me la cuidaba. No la cuidaba bien, porque era una niña. Entonces, la niña se enfermó, se le pegó una gran infección que después no la podía curar. Después, me reconcilié con mi marido y nos llevamos a la niña a Managua y allá estuvimos todo el año.
¿Tú y tu marido?
Antonia – Sí. Yo y mi marido y la niña.
¿Y cómo era esta casa en Managua?
Antonia – Era una casa mala por completo, por decir. Managua es caluroso y la casa era casi un horno, chiquita. Yo cocinaba afuera e iba a traer leña a la playa, dejaba a la niña encerrada, porque no tenía con quien dejarla. Pero ahí estuve por varios tiempos.
Y después, ¿para dónde fue?
Antonia – Después nos fuimos a una ciudad que se llama Tipitapa y ahí era más diferente, más fresco. Yo iba al río a lavar y llevaba la niña y la sentaba. Pero, a veces, la niña se me escapaba y tenía que irla a sacar del agua. Entonces, yo después la dejaba encerrada para ir al río. Iba a buscar leña, porque ahí había más leña.
¿Al río a buscar agua?
Antonia – Al río a lavar. Ahí no había agua potable, si no la que sacáramos del pozo. Pero para lavar ropa iba a río. Iba a traer leña para cocinar, pero los vecinos me le pegaban a la niña – era una gente muy mala. Fue cuando nos fuimos de nuevo para donde de mi suegra.
De nuevo para la suegra. ¿Y dónde era?
Antonia – De nuevo para la casa de la suegra. Allá en un lugar que se llama Chagüitillo. Sí, ahí permanecí por varios tiempos. Pero ahí siempre había mujeres que hacían fiestas bailes, Había chavalas que salían con mi marido y era un sufrimiento para mí.
¿Y por qué?
Antonia – Porque él venía tomado, venía hasta ocho días después, y yo me ponía desesperada.
¿En que año se murió su marido? ¿Dónde estabas?
Antonia – Cuando mi marido murió, ya estaba en San José. Pero en el 96, que yo llegué a vivir en esa comunidad, tuve oportunidades y fue donde comencé a sufrir tantas y tantas cosas. Mi marido llegaba tomado, no traía la comida, trabajábamos duramente, yo y mis hijos. Quería matar a mis hijos y a mí.
¿Matar?
Antonia – Sí. A veces, soñaba que estaba matando a mis hijos. Me daba miedo. Entonces, trabajábamos los dos con hijos pequeños, yo sacaba el crédito para trabajar, él vendía la cosecha y se gastaba el dinero y nos quedábamos sin nada para la comida. Pero con lo de la organización, mi vida empezó a cambiar. Cuando murió él, mi vida fue muy amarga. Mi situación muy amarga, muy difícil. Nadie me daba crédito, porque como él no pagaba, no era responsable, nadie me daba fiado en la venta. Después fueron mejorando las cosas.
Mi hijo llegó a estudiar hasta el tercer grado. El otro no, porque no lo dejaba estudiar. Yo puse a estudiar a mi hija, pero enfrentando situaciones como esta. Como yo no pude estudiar, yo no quería que mi hija también así se quedara. Mi hija llegó a cuarto año de secundaria. Ya tomó la decisión después de casarse. Ahorita, yo lucho por mí y mi hija, He hecho un gran sacrificio, porque soy padre y madre a la vez.
¿Y usted nunca pensó en separarse de ese hombre?
Antonia – Yo pensaba separarme, pero sentía que el mundo se me venía encima, que me moría de hambre sin él. Era una gran equivocación.
¿Tenías miedo?
Antonia – Sí, tenía miedo. Esa era toda una equivocación. Pero la trayectoria de mi vida ha sido muy dura. Desde niña, bueno, hasta esta parte me siento que voy cambiando, porque las limitaciones, las marginaciones que tenía antes, ya no las tengo. Salgo donde quiera, compro lo que quiera. Les doy a mis hijos, les doy estudio y me siento tranquila pues, gracias a Dios, tuve esta oportunidad. Pero sí, antes de organizarme, la vida era muy difícil.
¿Cuándo usted empezó a participar del movimiento de mujeres?
Antonia – Había participado antes en algunas reuniones, pero no formalmente. Pero comencé un 17 de junio del 98.
¿Y cómo fue?
Antonia – Fue muy lindo, porque una persona que tiene una situación difícil y alguien llega a ayudarle es como “estar en el suelo” y alguien le da la mano y me enseña a caminar: uno abre la puerta para un cambio de vida. Y por eso yo digo: desde que Fumdec se presentó en mi comunidad, a mí me abrió la puerta y marcó un cambio en mi vida. No fue fácil, tuve que enfrentar tantas situaciones y obstáculos... es cierto, no puedo negarlo. Pero superé y lo bueno es no me quedé atrás. Seguí y sigo hasta el final.
Cuentas que cuando empezaste tenías pena de decir tu nombre...
Antonia – Cuando yo llegué a la primera reunión, que fui invitada por el proyecto de la FAO, que habían mujeres organizadas, sentí vergüenza de dar mi nombre, de hablar. Sentía que la sangre me corría de vergüenza. Yo sentía que a mí me iban a rechazar si yo hablaba. Yo quería hablar pero, al mismo, tiempo no podía, porque no podía expresar lo que sentía y lo guardaba en silencio. Pero al ver que otras mujeres participan y al ver la confianza, yo me di valor de hablar.
Mi motivación más grande fue el día que me invitaron del proyecto de la FAO y me entregaron el reconocimiento de participación. Para mí, fue una motivación. Y, además, un regalo, una rifa. Yo me fui alegre a mi casa a decirle a mi marido, a mis hijos y me sentía feliz. Y, fue cuando ya me dieron oportunidad para poder participar, y les explicaba cual había sido mi proceso.
La señora que era fundadora de la organización de mujeres llegó a visitar a mi marido, nos invitó a las capacitaciones, a mí y a él, pero nosotros no sabíamos, tanto él como yo, cuál era el significado de lo que ella estaba hablando. Hasta que yo fui participando. Y le doy gracias, porque me brindó la oportunidad.
Como ya le contaba, ni siquiera tenía tres cordobés para pagar. Y ella me dio la opción de llevar leña para poder cocinar los alimentos y poder participar y, después de organizarme con Fumdec, cuál fue mi sorpresa que después que pasó el huracán Mitch en Nicaragua Fumdec comenzó a apoyarnos en alimentos, en medicina y en muchas cosas de emergencia. Para mí, fue una sorpresa y una motivación, porque no tenía nada. No era dueña de nada. Y al decir “lo que es mío, voy a poder comer de lo que es mío”.
Había otra organización que yo participaba en las reuniones pero que no teníamos acceso al crédito, porque tenía que tener 6 meses de habitar en la comunidad y yo no tenía eso; entonces, no tenía derecho a crédito. Pero sí que participaba como las otras mujeres, también me apoyó con madera, comida. Otra motivación... y yo pensé: aquí voy bien, voy a continuar hasta el final en la organización, porque ya vi la importancia de la organización, porque a lo mejor es porque no estaba en la organización. Al ver que otras tenían beneficio, me llamaba la atención, porque yo decía si no están organizados, ni saben que existen, ni saben las necesidades que tienen. Y así empezamos a trabajar.
Como le digo, no era tan fácil participar. Por muchas razones, limitaciones. Recargo del trabajo doméstico, hijos, un marido que no era tan fácil que aceptara, porque estaba educado a una cultura machista que las mujeres no salen, que son las de la casa, que tenemos que estar cuidando del hijo y tantas cosas que nos dicen, que tenemos que ser responsables. Y a nosotras, las mujeres, nunca nos consideran con derechos, pero sí con deberes y obligaciones que cumplir en el hogar, con los hijos y con los maridos. Entonces, cuando conozco los derechos de las mujeres, me di cuenta que sí, que era una mujer que tenía valor y que era capaz y que podía salir adelante
Yo no conocía mis derechos, dije “aquí voy y voy a seguir adelante sin parar”.
¿Cuáles fueron exactamente las actividades en las que usted se envolvió con la FAO?
Antonia – Con la FAO, solamente hice cuatro capacitaciones. Mis actividades las empecé a desarrollarlas con Fumdec, un trabajo como de capacitación. Porque ellos hicieron un trabajo muy especial, que fue capacitar en género a los hombres y sensibilizarlos un poquito. Ellos nos fueron dando un poquito más de oportunidad para salir, como, por ejemplo, mi marido. Pero el problema estaba cuando yo tenía compromiso con mi organización y él decía: “No va a ir”. Y yo tenía compromiso con la organización. Y yo decía: “Yo voy a ir. Yo no sé qué va a pasar, pero yo voy a ir”. Sentía que la comida como que no me caía al estómago, pero yo iba y siempre participaba. Había veces que él me decía: “¿Adónde vas a ir?” Y decía: “Va y deja el niño aquí, tranquilo”. Pero el problema era cuando él estaba tomado. Él decía: “No vas a ir, no vas a ir”. Y recuerdo una ocasión que dijo “no vas a ir”, y yo le dije “voy a ir” y me golpeó. ¡Y yo me sentía tan bien de conversar con mis compañeras y de hablar Y ellas decían: “¿Qué le pasó?” Y yo le decía: “Nada. Nada”. Pero, cuando llegué, le había pegado a la más grande y decía: “Me vas a dar a tu mamá, ahorita los voy a matar”. Y en ese momento iba llegando yo, y las mujeres iban conmigo y apenas bajé del vehículo y comenzó a pelear, pero yo como que no oía, como que si no era a mí que decía. Fue por eso que logré estar participando en temas, en talleres. Cuando ya llevaba yo algo a la casa, cuando la organización me había dado. Pero allá cuando… yo estaba en una situación que... ¡por favor Y así fui, así fui, pero no me paré, yo continué.
¿Qué momento histórico te gustaría de hablar de tu actuación?
Antonia – Hay muchos momentos que han sido importantes para mí y es el ser reconocida. Ese momento cuando a mí me toman en cuenta, cuando dicen “vas a ir a un lugar que ni siquiera conoces”. Cuando yo me relaciono con otras personas. Esos momentos, para mí, son muy importantes y me siento muy contenta y satisfecha. El año pasado yo hice una exposición en Monte Limar y yo dije: “Yo me miro y no me reconozco”. Porque la mujer que le daba pena saludar, decir su nombre, expresar lo que sentía, ahora habla ante el público. Esos momentos para mí son impresionantes. Cuando voy a una asamblea, hablar con un diputado, cuando hablo con personas de alto nivel. Y cuando personas que para mí son muy especiales miran para mí y me toman en cuenta y me escuchan lo que yo le digo. Y cuando yo le cuento mi necesidad y esa persona me escucha, para mí es un momento muy impresionante y me siento muy alegre y muy feliz.
¿Qué cambió en tu vida después de empezar a participar del movimiento?
Antonia – Económicamente un poquito, porque con la ayuda que me doy yo comencé a tomar decisiones, pero más que todo personal. En lo personal, tuve un desarrollo que hizo cambiar mi vida. El desarrollo personal que he obtenido a través de capacitaciones y del conocimiento, eso ha tenido un gran cambio en mi vida.
¿Y dónde vives hoy? ¿Dónde trabajas? ¿Qué haces hoy?
Antonia – Bueno, ahora, lo que quiero decir es eso. Antes, yo me sentía muy incapaz para poder ir a trabajar en el campo, para saber invertir en el trabajo, para saber qué necesitaba. Pero, con los talleres que yo recibí, ahora eso me ayuda, porque yo sé cómo trabajar. Voy al campo con mi hijo. El único que tengo, porque el otro está en Managua. Y vivo en mi casa con mis hijos, ellos hacen el trabajo en la casa.
¿Y tienes un pedazo de tierra?
Antonia – A mi nombre no. Tanto había en el nombre de mi marido, pero a mi nombre no. La voy a pasar a mi nombre y a nombre de mis hijos para trabajar. Lo que pasa es eso. De parte de Fumdec, ha hecho un gran esfuerzo por sacarme a mí adelante. Pero el invierno me ha hecho perder la cosecha. Con gran inversión y no hago nada, porque dedicarse a la agricultura es como una rifa. A veces invierte bastante dinero y sólo le causa pérdida. Pero me siento bien, porque puedo manejar, puedo comprar. Sé los costes del trabajo, de la inversión. Todo eso tengo. No podía ni administrar ni manejar dinero, ni fondo. Incluso con las capacitaciones, pude acceder al fondo de las mujeres, gestionar el crédito, apoyar a las mujeres. Soy coordinadora de crédito. Pero, casi la mayoría de mujeres realmente tienen crédito yo les gestiono alimentación. Y cuando yo sé que puedo buscarle días mejores, donde quiera que yo pueda a conversar con organismos para ver si puedo sacar a las mujeres adelante.
Quería decir que mi marido era un hombre muy comprensivo, muy tranquilo, siempre estaba de acuerdo con lo que yo le decía, pero cuando estaba tomado siempre se portaba mal, no estaba consciente de lo que hacía. Pero como yo no quería quedarme estancada en esa situación, luché hasta el final, en medio de muchas limitaciones. Por eso, yo les recomiendo a las mujeres que tenemos que hacer un esfuerzo y luchar unidas, porque hay mujeres que sólo se preocupan por las necesidades prácticas y no las estratégicas. Y considero que debe de ser igual, porque si a mí se me dan un saco de comida, yo me lo como y ya está. Yo pienso en la necesidad práctica, por un momento y ya se terminó, pero lo que uno aprende nunca se termina.
Por eso, yo le doy gracias al Señor y cada paso que doy me detengo para dar gracias a Dios por poner en mi camino a Fumdec. Sí, porque marcó el cambio en mi vida. Porque si Fumdec no hubiera llegado a mi comunidad, estuviera en la misma situación o ya hubiera muerto de sufrimiento. Es por eso que también agradezco la oportunidad que me brindaron y a los organismos de buena voluntad que han puesto el grano de arena para poder salir adelante mi persona. Así mismo, quiero yo que apoyen a otras mujeres que necesitan y que sufren igual que yo.
Son montones de mujeres que necesitan, que sufren igual que yo, las que viven calladas, marginadas, teniendo hijos solas en la casa y guardando silencio, igual como yo vivía antes. También les doy gracias a todas esas personas que lucharon para mi cambio personal e igual agradezco a usted también por esta oportunidad, que para mi ha sido muy linda, en poder compartir con usted y también con otras compañeras cuando fui a México, donde me relacioné con tantas mujeres y me di cuenta la realidad que enfrentamos todas las mujeres en nivel de Centro América, en mayoría de países.
Por eso, es necesario que luchemos unidas para defender nuestros derechos, porque los derechos que no se defienden es derecho que se pierde. Yo, de mi parte le agradezco muchísimo su venida, para mí, es un honor su presencia. El poder conversar, tocarla y ver la realidad de todo lo vivido, porque lo que le estoy diciendo es la pura realidad de mi historia de vida.
¿Cómo y cuándo usted conoció la Red de Mujeres Rurales de América Latina y del Caribe?
Antonia – La conocí cuando tuve la preciosa oportunidad de participar en el 2º Enlac, en Pastaza, en México.
¿Quién te invitó? ¿Cómo llegaste allí?
Antonia – Quiero decir que, cuando me dijeron que iba a ir, no lo creía. Estaba en el avión y para mí era todo un sueño y decía entre mí misma que cómo era posible que una campesina de escasos recursos, sin nivel académico, tenga esa oportunidad. Pero, al mismo tiempo, me sentí satisfecha de mí misma, y digo que mi esfuerzo ha valido la pena y siento ser aquél fruto de la semilla que Fumdec ha sembrado y ha sabido cultivar, desde junio del 98 hasta este tiempo.
¿Quién te invitó para el 2º Enlac fue Fumdec?
Antonia – Sí. De allá vinieron algunas invitaciones de la coordinación internacional y comencé a estudiar, porque me dijeron que yo iba a hacer la exposición por Nicaragua. Como tengo problema visual, entonces comencé un mes antes a estudiar por memoria, para poder hacer mi exposición. Antes de ir a México, no sabía qué pensar, decía “yo voy a relacionarme con personas que no son igual a mí, de alta sociedad, tal vez mejores que yo, tal vez más preparadas”... y miles de cosas pensaba. Pero cuando yo estaba en el terreno, fui electa. Incluso le cuento, mi hermana decía: -“Vaya a pintarse el pelo, tú no sabes con qué personas vas a relacionar”. Y yo dije: “Yo voy a aparentar lo que soy, soy una campesina y voy aparentar lo que soy”.
Mi sorpresa que me llevé fue cuando me encontré con campesinas y lo mejor que nos sentamos a conversar y les decía “la organización me apoyó para venir, para darles de comer a mi hijo”. Y me ponía a pensar que yo era una de esas, que estaba apoyada hasta con la ropa para ir, con la comida de mis hijos, con mi viaje. Y, cuando nos reuníamos en una mesa, lo mismo comentaba: que eran mujeres rurales que se dedicaban y yo quedé convencida: esta es la realidad de las mujeres. No nos valoran por el trabajo, no respetan nuestros derechos, no les interesa que nos superemos. Esa es la realidad de las mujeres, lo que yo pensaba que iba de maravilla.
Se me rodaron las lágrimas cuando escuché la historia de las mujeres indígenas de Argentina, donde sufren más que las mujeres de Nicaragua. Aún yo pensaba que solamente nosotras sufríamos y me di cuenta que no.
¿Y tu comunidad sabía que tú ibas a México?
Antonia – Sí, mi municipio y las mujeres de otros municipios sabían.
¿Y qué decían?
Antonia – Me felicitaban. Algunas mujeres me decían que había sido una buena oportunidad, que cómo me sentía. Otras se ponían como... medio celosas. Otras decían que valía la pena, porque yo me lo merecía que fuera ahí. Y tantos comentarios que se escuchaban. Pero todo bien, al final, todo bien. Yo me sentí muy feliz, me decía un varón: “Pero, usted es mujer, igual que todas las mujeres”. Y le dije: “¿Por qué me lo dice? Soy una mujer muy capaz”.
¿Y cuál fue su participación en el Enlac?
Antonia – Mi participación fue presentarme como país. Esta fue mi primera presentación, que la presenté con una canción que hice, que la tengo escrita, que yo la compuse. Cuando yo iba a ir allá, además de estudiar mi exposición, hice un poema e hice la canción y con ella me presenté, con mi nombre, el país de donde venía y a qué me dedicaba. Y les canté la canción.
¿Aún sabes cantar la canción?
Antonia – Yo cantaba en la iglesia, pero antes, cuando era chavala. Pero ya después, muy poco tenía participación. Pero esa canción, yo la hice, la compuse.
¿Quieres cantar ahorita?
Antonia – Por aquí la tengo. La voy a cantar. Usted va a recordar esta canción.
Sí, pero es bueno que la cantes.
Antonia – Yo compuse la canción y compuse el poema. La canción estaba dedicaba a las mujeres mexicanas, porque era donde íbamos nosotras. Y la hice así:
Buenos días mexicanas, soy la mujer nica
Y vengo de Nicaragua, mi patria bendita.
Agradezco con el alma y con el corazón
Por tomarme muy en cuenta y por la invitación.
Al amanecer del día un ave cantaba,
Y la mujer mexicana todo preparaba
Para que hablen mujeres de otros países
Para pasar todas juntas momentos felices.
Saludo a las campesinas que en el campo viven
Las de América Latina y las del Caribe
Y le digo con cariño y mucha emoción
Que la llevo aquí en mi mente y en mi corazón.
Anda y vuela pajarilla, siéntate en tu nido
Decir a las palomitas que canten unidas
Porque todas las mujeres estamos convencidas
Que queremos mejorar y cambiar nuestra vida.
Anda y vuela pajarilla párate en la rama
Y saluda con cariño a las mexicanas
También mira hacia las plantas y a sus raíces
Porque todas las mujeres estamos felices.
¿Cuál momento del segundo encuentro te quedó marcado?
Antonia – El momento de mi exposición. Porque donde participé había mujeres que tal vez eran más preparadas que yo. Eran campesinas, pero eran más preparadas. Como de Bolivia, México y Ecuador. Lo impresionante para mí es que yo, sin ser preparada, yo hice una exposición que llamó la atención de otros países. Al salir, me hacían entrevistas y fui motivación para ellas. Que pudiera hacer esa exposición cuando le dieron lectura al inicio, de empezar mi currículo con todos mis datos.
¿Eso te marcó mucho?
Antonia – Sí, me marcó mucho.
¿Y hubo un cambio en su vida después de participar de este encuentro en México?
Antonia – Lo que cambió fue nada más que analizar como es la realidad de todas las mujeres. Esto me ha hecho pensar mucho. Como las mujeres tenemos que buscar la forma de salir adelante y echar a andar las organizaciones y no quedar estancadas donde estamos. Porque tenemos este interés de cambiar nuestras vidas. Tenemos este interés de que nuestra situación no sea esta misma que estamos viviendo. Cambiar esta cultura que nos ofrecieron por otra más diferente. Las mujeres todas lo merecemos y tenemos derechos igual que los varones. Lo único es que tenemos que luchar para defenderlas. Esto es lo que me ha hecho pensar mucho.
Quisiera existieran más organizaciones, más amplias, donde se pudiera dar cobertura a muchas mujeres, porque en la realidad de las cosas hay muchas mujeres que sufren, la mayoría sufre y todavía no conoce este derecho. Y también me hizo cambiar y pensar que las mujeres debemos buscar solución a nuestro problema. Buscar salida. No dejarnos que se haga la voluntad de Dios y también de los maridos, del destino, qué sé yo, sino que tenemos que tomar decisiones. Autonomía y empoderamientos. Ser decidida más que todo, porque yo pienso, si yo hubiera tomado la decisión más antes, que tal vez no hubiera sufrido lo que sufrí. Pero no me sentía capaz para tomar esa decisión, porque no estaba preparada. Por eso, nunca me sentí capaz para tomar esa decisión. Sentía que solamente dependiendo de mi hombre podía vivir. Y eso no es cierto, porque el día que uno nace, nace solo. Y solo muere. Esto significa que podemos vivir solos. Nadie vive y tampoco nadie se muere de amor. Porque si así fuera, ya no existiéramos varias mujeres.
Y en su organización, aquí en Nicaragua, ¿algo cambió después del encuentro de México?
Antonia – Algo hizo pensar a varias mujeres. Por ejemplo, mi grupo de mujeres decía: “Quisiera tener las oportunidades que tiene Antonia”. Y yo le dije: “Participe, empodérese, aprenda a tomar decisiones y luego verás que va a ser una mujer igual que yo, porque somos iguales”. Las personas somos iguales. Todas tienen que hacer un esfuerzo y tomar una decisión. Pero incluso hay mujeres que dicen que dejar su casa, que para salir de su casa hay que dejar a su hijo. Y hoy decía que tuve que dejar a mi hijo, pero sé que fue con mi empoderamiento que pude salir a sacar adelante a mis hijos.
Por ejemplo, había veces que yo iba a la reunión con el grupo Venancia a otro departamento. Y a mí me daban 300 cordobés para ayuda, y el movimiento comunal, el colectivo de mujeres llevaba la comida y los 300 cordobés me quedaba para llevarle algo a mis hijos. Dignamente llevaba la comida a mis hijos y así me pasa hasta hoy. Y otras mujeres que han quedado solas, casi donde no hay organización, hay veces que yo apoyo y les llevo las cosas a mis hijos. Mis hijos se sienten bien, se sienten orgullosos de mí, tranquilos.
¿Antonia, cómo empezaste la organización de la Red aquí en Nicaragua?
Antonia – Empezó cuando yo asumí un puesto allá.
¿En México?
Antonia – Sí, en México. En el encuentro, pusimos como reto formar una Red de Mujeres Rurales en Nicaragua. De lo cual, cuando vine aquí, les hablé de la Red y del compromiso que yo tenía. Y fue cuando comenzamos a reunirnos. Las mujeres tienen que mantenerse informadas y buscamos datos, información para que ellas estuvieran convencidas de la realidad. Para esto, hubo bastantes capacitaciones, para preguntarles quién está de acuerdo y quién no.
En primer lugar:
¿Qué es lo que significaba la Red? En segundo lugar: ¿Para qué? Y en tercer lugar: si están de acuerdo hacer parte de esta Red para que se forme y, si no, escuchar la opinión de las mujeres. Porque lo que he aprendido desde mi organización es a respetar los derechos, la dignidad y la opinión, porque a mí me encanta que respeten la mía. Es por eso que se llamaron las mujeres, la mayoría de las mujeres de los tres municipios.
¿Cuáles?
Antonia – San Isidro, Zona Sur y Terrabona. Y luego, prácticamente, ellas elegirían, con papelito, el voto secreto, qué querían que fuera su junta directiva.
De esta Red…
Antonia – La Red de Mujeres Rurales del Norte. Y para que no hubiera problema, propusimos candidatas de San Isidro, Terrabona y Zona Sur. Pero eligieron dos de Terrabona – la otra muchacha que está como secretaria –, dos de la Zona Sur y una de San Isidro.
¿Esto fue un ejemplo de tu participación en México? ¿De ahí surgió?
Antonia – De ahí surgió, porque eso era un compromiso y un reto. Que yo había hecho este compromiso allá. También me entrevistaron en la radio de aquí de Matagalpa preguntando cómo había sido mi participación en México, cuáles habían sido los temas abordados, cómo había visto el encuentro, cuál era la situación que enfrentaban las mujeres de otros países. Pues todas esas preguntas me hicieron los medios de comunicación de aquí de Matagalpa.
¿Qué sueño tiene usted para la Red LAC?
Antonia – Mi sueño es que podamos salir adelante, contar con el apoyo de algunos organismos y buscar financiamientos para que esta red salga adelante. Poder ampliarla, incluir varias mujeres. Pero algo me preocupa a mí: como yo le hablaba, hay las mujeres que llaman la atención que uno les apoye económicamente. Y a veces yo no estoy en contra de ellas, porque lo económico todos necesitamos, lo que sé es que todavía ellas no están concientes de sus derechos, sólo se preocupan con la parte económica. Yo he mirado que es una forma tan fácil de que las mujeres estén por ahí para motivar. Porque tengo la experiencia por mi misma, como me pasó algo que me mire. Entonces, es una experiencia que la viví en carne propia. No me preocupé sólo por lo económico, sino por mi desarrollo personal, pero porque he considerado que no es sólo una motivación para mí y pienso que puede ser también al igual para todas las mujeres. Porque yo lo tengo bien conocido, cuando yo a las mujeres les he conseguido alimentación. Y les digo “mujeres van a trabajar”. Ellas siempre participan, siempre están bien pendientes. Pero necesitan ese poquito de motivación, sensibilizarles y hacerles concientes. Y esa parte económica que a mí me llama la atención por la razón que yo la pasé.
¿Y qué sueño tienes para las mujeres rurales de Nicaragua, de otros países?
Antonia – Muchos sueños. Uno es que todos tengan oportunidad para organizarse. Otra, que las mujeres, yo quisiera que todas las mujeres lleguen a ser como soy yo. Quisiera que todas las mujeres mejoraran su nivel de vida, económica, políticamente. Y todas ellas tuvieran condiciones de sobrevivir. Que las mujeres sean propias dueñas de sus decisiones. Económicamente y también en sus derechos, sus cuerpos, que puedan decidir. Que sean capacitadas. Que tengan conocimiento y que tengan muchas oportunidades. Pero también pido proyectos. Mi sueño es que las mujeres tengan proyectos.
¿Proyectos de vida?
Antonia – Sí, un proyecto que mejore su nivel de vida. Económicamente y un desarrollo personal. Cuando le hablo de un desarrollo personal, que puedan salir, que puedan ser tomadas en cuenta, que sean reconocidas. Todas esas cosas. Y económicamente. Porque hay muchas mujeres pobres y que necesitan cambiar. Pero también que cambien su conciencia, porque a mí me han ayudado económicamente, yo dependía de mi marido. Cambiar conciencia, y cambiar otras muchas cosas.
¿Y qué sueño tiene para usted?
Conocer muchos países, incidir por las mujeres, poder relacionarme con otras mujeres de otros países, mejorar el nivel de vida mio y de mi familia también, que a través de esta publicación poder tener un reconocimiento económico... ese es mi sueño.
Antonia – Para mí, ¿cómo reto?
Sí.
Antonia – Como reto, poder gestionar proyectos, llevarlos a cabo. Poder ampliarlos y tener publicación. Tener mucha publicidad de qué están haciendo las mujeres. Y sacar adelante a las mujeres, mucho más aquellas mujeres que están marginadas y que no tienen organización y que les están violando sus derechos. Miles de cosas tengo. Yo deseo que haya salud para las mujeres, gratuitamente, para que tengan educación. Que las mujeres que no saben leer aprendan a leer, a escribir. Que las que saben se preparen más. Que las mujeres que están en los cargos públicos. Montones de sueños que tengo yo para nosotros.
¿Antonia, como ves a Nicaragua hoy y como ves el retorno de Ortega?
Antonia – La esperanza es que con el nuevo gobierno podamos mejorar. Porque yo participé, antes, de algunas asambleas y las diputadas, los diputados, decían que íbamos a cambiar, que los diputados, todos los funcionarios, iban a ganar un poco menos para hacer obras sociales con el dinero. Que tomarán en cuenta a las mujeres, para poder conocer cuáles eran las propuestas. Yo les propuse tantas cosas a ellos y entonces estamos con esa esperanza. Nunca nosotros dejamos de tener esperanza y miramos como un nuevo amanecer.
En ese sentido, nosotros fuimos muy firmes, porque en otros partidos había discriminaciones, desprecio de la gente porque estaban en el poder. Pero aún nosotros hemos siempre mantenido el perfil de nuestro partido, mantuvimos nuestra posición hasta que logramos llegar, pero seguimos esperando.
¿Y qué cambios piensas para tu comunidad rural?
Antonia – ¿Para la comunidad de San José?
¿Qué piensas que el gobierno puede hacer?
Antonia – Yo pienso que esa era una comunidad que era 100% sandinista por lo cual no tenía acceso a ningún proyecto. Nosotros hacíamos los planteamientos, hacíamos propuestas en nivel del municipio pero a la comunidad nada. La carretera está en mal estado. Luz, hay algunas personas que no están legal. Ahorita también enfrentan la situación difícil que la gente no tiene alimentación porque viven de la agricultura.
¿Hay más hambre?
Antonia – Hay más hambre. Ya la gente perdió todos sus trabajos y no tiene más nada. Estamos luchando a ver si podemos conseguir alimentación, a ver si podemos hacer algo contra el hambre que hay en la comunidad. Ni todos los niños estudian. Logran llegar a primaria, pero ya no pueden seguir adelante por cuestión de escasos recursos. Como sus padres no devengan un buen salario y sólo viven de la agricultura y de la ganadería, pero no todos tienen ganado, sufren todas las necesidades para salir adelante y estudiar. Algunos de la comunidad que logran salir a aprobar y llegan al bachillerato ahí se quedan, porque no hay oportunidad aquí por la situación económica.
¿Y hay agua?
Antonia – El agua llega solamente como dos horas en la mañana. Y después el agua del río, para lavar y bañarse.
¿Cómo se llama el río?
Antonia – El río se llama las Palomas.
¿Y está limpio?
Antonia – Ahorita tiene poco agua porque al no llover…entonces no queda agua.
¿Qué te pareció contar un poquito de tu historia?
Antonia – ¿La historia que le he contado? Para mí, contar mi historia es difícil pero también es bueno, porque así puedo identificar los cambios. De dónde vengo, adónde estoy y adónde quiero llegar. Por eso yo a veces me pongo a escribir parte de mi historia y veo que es una historia triste, difícil de contar, pero que no la puedo olvidar, porque me sirve contarle lo que pasé para identificar mi cambio. Mi sueño es mejorar más. La parte económica, que mis hijos se preparen. Lo mismo para las mujeres. Y conocer muchos países más. Esos son mis sueños.
¿Quieres conocer más países?
Antonia – Más países. Conocer más mujeres.
¿Qué países tú conoces?
Antonia – Solamente México y El Salvador. Aquí en Nicaragua hay lugares que yo no conozco.
¿No conoces Nicaragua toda?
Antonia – No toda. Otras organizaciones me han invitado a otros departamentos y así ha sido la forma como he logrado conocer. Porque así de mi parte, ¿de dónde voy a agarrar el dinero para salir a conocer, si tengo muchas necesidades en mi casa? El grupo Venancia me ha dado oportunidad para conocer otros departamentos, ha dado oportunidad del departamento.
¿Te gustaría decir algo más? ¿La importancia de este libro que nosotros vamos a escribir?
Antonia – Pues tiene mucha importancia, porque se van a dar cuenta de la historia y también del cambio. Puede servir de motivación para que las mujeres piensen y puedan organizarse y hagan conciencia de sus propios derechos. Incluso, había escrito un mensaje para mandarle a las mujeres y dice así:
Dedico este mensaje a todas las mujeres de Centroamérica y del mundo entero. Queridas compañeras de diferentes países. De lo más profundo de mi corazón invito a reflexionar y a pensar que la realidad es que las mujeres no somos felices. Trabajamos sin descansar, atendiendo a nuestros hijos, a nuestros maridos y aportando a la economía del país, pero nuestro trabajo no es valorado. Ni nuestros derechos son respetados, ni por la sociedad ni por el Estado. Ellos saben que nacimos y que existimos, pero lo que no saben es cómo servimos y cómo vivimos. Por eso les invito, a las mujeres, a luchar unidas por defender nuestros derechos y nuestra dignidad. Les saluda con mucho cariño Antonia del Carmen Aguilar Manzanares, del municipio de Terrabona, departamento Matagalpa, Nicaragua. Muchas gracias y saludo a todas.
Gracias a ti, Antonia, hoy es 30 de enero de 2007. Muchas gracias, Antonia.
Antonia – A usted también por esa gran oportunidad que me ha brindado de podernos juntas compartir nuestras experiencias. Para mí ha sido un honor tenerla en frente de mí, poder conversar tantas cosas que no habíamos tenido la oportunidad de poder conversar. Muchísimas gracias a usted y a quienes hicieron posible su visita y su venida, les deseo suerte y espero que no sea la primera vez, sino que siga viniendo. Espero no perder la comunicación y muchísimas gracias por todo y feliz viaje. Allá en Terrabona tengo unos poemitas que se me quedaron que se los voy a entregar allá.
Información que agregó Antonia en el 13 de abril de 2007:
Sobre Nicaragua
Vengo de una historia triste difícil de contar, pero que no puedo olvidar. A veces quisiera borrar mi pasado, pero me doy cuenta que no es posible pues estoy segura que me sirve para ayudar a otras personas que hoy sufren al igual que yo. Sufrí antes porque sé que mientras las personas no pasamos por experiencias duras no consideramos las situaciones de los demás, es por eso ruego a Dios me permita luchar por las personas que sufren y desean tener buenos resultados. Quiero que todas las mujeres tengan oportunidades y puedan salir adelante al igual que yo. Pues la realidad es que en la trayectoria de mi vida he pasado momentos difíciles, llenos de tristezas, por eso doy gracias a Dios y en especial a las personas que me brindaron esta oportunidad, a quienes me han acompañado en todo este proceso y a quienes hicieron posible mi cambio gracias.
Poema por un sueño
Luchando por un sueño
Que quiero lograr
Que todas las mujeres
Se puedan organizar.
Luchando por un sueño
Que quiero cumplir
Que todas las mujeres
Dejen de sufrir.
Luchando por un sueño
Que soñé en mi lecho
Que todas las mujeres
Defiendan sus derechos.
Luchando por un sueño
Que soñé al amanecer
Que existía mucho respeto
Y valor a la mujer.
Luchando por un sueño
Que estoy ilusionada
Y quiero que las mujeres
Ya no sean marginadas.
Luchando por un sueño
Que soñé con mucho amor
Que todas las mujeres
Vivamos en un mundo mejor
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